—Déjame marchar —le pedí mirando sus manos, que sujetaban el borde de mi chaqueta. Le vi cerrar los ojos un momento.
—No sé cómo —susurró. 
Una oleada de dolor inundó mi corazón. Tragué saliva. Con una mirada Jenson había logrado colarse en mi vida, igual que un borracho deslizándose en la oscuridad. Con una mirada había logrado que bajara de nuevo la guardia. Si me quedaba más tiempo allí, él acabaría quitando todas las piedras del muro que había construido para volquear mi amor por él, y no podía soportarlo. No podía soportar que en una noche me rompiera y me obligara a abrirme de esa forma. 

Como si la canción y el momento que estábamos compartiendo no fueran lo suficientemente emocionante, comenzó a mover los labios para cantar la letra. Cuando empezó a tararear, me cogió de la mano y, después de pensar durante tanto tiempo que el amor no podía romperme el corazón sentí algo muy dentro. Una parte de mí hizo un hueco para aquellos sentimientos que había tratado de enterrar. Y una vez que eso ocurrió, lo sentí todo: que me pedía que lo perdonara, que me decía que dejáramos atrás el pasado y abrazáramos ese momento. Fue entonces cuando empecé a llorar, y cuando las lágrimas comenzaron a caer no pude reprimirme más.

—Te echo de menos a ti —confesó, e hizo una pausa para que lo asimilara—. Te extraño —insistió con más fuerza sin apartar los ojos de los míos mientras me acariciaba la mejilla con el dorso de la mano—. Te extraño y estoy harto de tratar este asunto como si fuera frágil como un jarrón de cristal que temo sostener por si se rompe. —Se inclinó y apoyó la frente en la mía al tiempo que soltaba su aliento cálido, que me hizo cosquillas en la nariz.
—El jarrón ya está roto —susurré.
—Si ya está roto, ¿por qué te da tanto miedo todo?
—Porque no sé si quiero andar por el vidrio roto, Ahuecó la mano sobre mi cara y me acarició la mejilla con el pulgar.
—Yo caminaría sobre cristales rotos si eso significara que llegaría hasta ti. Nadaría un océano, escalaría una montaña… Haría cualquier cosa.